Las primeras pinturas rupestres y los últimos paisajes románticos tienen algo en común. Sus autores tuvieron que conformarse con pintar el panorama observado desde la perspectiva que permitía el ojo humano. Podían subirse a una colina o asomarse al balcón de un edificio, pero el punto de vista permanecía relativamente horizontal. Hasta que esa visión, imperturbable durante más de 200 siglos, se vio alterada por la invención del zeppelin y la construcción de los primeros rascacielos. Y la mirada del artista no tuvo más remedio que cambiar con ellos.
Una nueva exposición en la sucursal del Centro Pompidou en Metz -situada en la Lorena más siderúrgica y a pocos kilómetros de la frontera con Alemania- indaga hasta el 7 de octubre en cómo esos avances técnicos cambiaron para siempre la percepción del mundo que tenían los artistas.
Margaret Bourke-White en el edificio Chrysler de Nueva York, 1935.
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